Al menos ya no se me arruga la panza -y el corazón- cuando me cruzo de casualidad el bus que va a tu casa.
Pero es inevitable que de vez en cuando recuerde el barrio y me entre la nostalgia pensando en nuestras noches, nuestros domingos, nuestras mañanas antes de ir al trabajo, el camino que recorrí cada día en ir y venir hasta subir las escaleras.
Y entonces te vuelvo a extrañar y lloro un poquito, aunque no sirva de nada preguntarse en algún hubiera o en un qué pasaría. Inevitable.
enero 14, 2015
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