Esa costumbre de amanecer un domingo en tu casa, con los ruidos de la panadería de al lado desde muy temprano por la mañana (sí, a pesar del domingo, como toda panadería que se respete), la lluvia que igual caerá a costa de un verano feroz, y ese desayuno en la cama que nada más intenta rendir homenaje a la noche anterior.
Las despedidas son lo peor de ese finde (y a pesar de la costumbre). Casi casi como si te estuviera dejando en un aeropuerto o viceversa, trayendo un mal recuerdo que juré hace unos años no volver a vivir.
Por dicha es momentáneo. La semana regala algunas horas para compartirnos, y en nada es sábado otra vez.
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