agosto 12, 2012

"De las reiteradas conjugaciones del verbo ir"


Si usted y yo hubiéramos sabido que nos íbamos a quedar en los huesos; que nos íbamos a querer con rencor y a odiar con afecto; que nos íbamos a convertir en amigos de cantineros y farmacéuticos; que íbamos a terminar empeñando las alhajas de otros afectos para pagar psicólogos, psiquiatras y psicoanalistas, porque los amigos ya no nos creían cuando les prometíamos que sería la última vez…

Si usted y yo hubiéramos sabido que íbamos a viajar tan lejos para decirnos las mismas cosas de siempre; que nos iba a doler tanto, aún cuando a ese dolor nos atreviéramos a llamarlo placer; que íbamos a vivir de noche y a dormir de día; que el alma y la banca nos iban a quedar rotas; que nos íbamos a reír tanto y tan fuerte que solo en parques seríamos bienvenidos; que no nos iba a importar querernos en donde nos agarra la urgencia…

Si usted y yo hubiéramos sabido que le íbamos a dar un tiro de gracia a todos los que vinieron después, a los que fueron cómplices, a los que ayudaron a olvidar, a los que exacerbaron el recuerdo, a los que se parecían, a los que se reían de los mismos chistes, a los que besaban rico y no pedían nada a cambio, a los que se medio sabían la misma canción…

Si usted y yo hubiéramos sabido, en aquel momento, que todo eso nos iba a pasar, no nos habríamos sostenido la mirada ese segundo de más. Habríamos pasado de lejos, tomado los abrigos y huido, cada quien por su lado. Pero sucedió lo contrario: tomamos los abrigos y huimos juntos, asustados de antemano, porque hay días en los que uno intuye que alguien que no nos importa un carajo carga en la bolsa de su abrigo la única llave que dejó Pandora para abrir su Caja.


Tobías Ovares

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