Cuenta el cuento que había una vez una bruja de verde oscuro y gris que en ciertas noches de luna llena le daba por maldecir. Caminaba de allá para acá maldiciendo lo que fuera, lo que se topara en su andar, árboles, flores, ranas, aves nocturnas, zancudos, etc., hasta que un día, por algo que nunca se supo, comenzó a maldecir orgasmos. No los suyos, ni los de su círculo, no. Eran otros los que maldecía, unos extraños, ajenos y que parecían siempre terminar mal.
En fin, que durante algunas noches de luna a reventar refunfuñó lanzando maldiciones antiorgásmicas a diestra y sinietra hasta que terminó de desahogarse, que fue pronto. Luego pasó de nuevo a maldecir a lo que se cruzaba en su subir y bajar, como animales, plantas, pedazos de madera mal cortado, restos de ropas, botellas vacías, cigarros sin consumir, fotografías rasgadas, recuerdos, ...
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